Bonita es ella y no la ventresca

He aprendido muchas cosas de ella en muy poco tiempo porque lleva poco tiempo a mi lado. Llegó a mi vida en pleno tsunami emocional y, ahora, comparto con ella también mi calma. Habla tranquila, despacio, con la serenidad de quien ha vivido mucho y, aunque a veces no se acuerda de dónde ha dejado la furgoneta, no olvida ninguno de las lecciones que lleva grabadas en la piel. Se llama Paz. Después, punk.

-Me ha dicho I. que estás buscando piso. No sé si seré muy buena compañía y no tengo mucha energía ahora.

-No te preocupes, que yo tengo energía para las dos.

Nuestra primera conversación por WhatsApp fue algo así. Sólo nos conocíamos de vista, pero supe enseguida que quería compartir con ella mucho más que la casa que encontramos poco después y en la que hemos construido una familia un poco disfuncional. No queríamos llamar la atención en la comunidad. Vive en la habitación de al lado y saber que está ahí es motivo suficiente para que yo siempre quiera volver a casa.

Hoy me ha recriminado, entre risas, hacer un periodismo tramposo. Ha escocido. Un poquito. Estábamos hablando del amor. Una de sus grandes batallas pasa por ponerlo en valor, en un contexto en el que cree que está demonizado por un movimiento feminista que, centrado en criticar las lógicas que sostienen el ideal del amor romántico, se ha pasado de frenada. Me dice que, ahora que estoy enamorada comounamalditaadolescente, debería escribir también de cómo me siento, de cómo todas mis estructuras mentales se tambalean, de mis sonrisas idiotas, de cómo me cuestiono muchas de las críticas que venía haciendo últimamente al amor. Lo cierto es que necesito seguir escribiendo sobre el tema, así que acepto el reto.

El amor es últimamente mi gran obsesión, en un intento de tejer otro tipo de relaciones afectivas que me sostengan o, al menos, eviten que caiga en picado en una vorágine de emociones incontrolables. En mi entorno, la precariedad campa a sus anchas; la violencia se ha instalado en nuestra forma de comunicarnos y echamos la culpa a las redes sociales; la soledad es el miedo más recurrente; los dolores físicos y emocionales se suceden; la insatisfacción se apodera de mi gente; la mediocridad se premia frente a la creatividad; el feminismo está de moda; el periodismo, en crisis. Ante ese panorama, voy yo y me enamoro. Son tantos los miedos que arrastro conmigo, que borro una y otra vez esa palabra del texto porque sé la carga simbólica y social que tiene decir que te has enamorado. Todo lo que se presupone que viene justo después. Es imposible enunciar, medir, comparar ni explicar con exactitud qué es para mí eso de enamorarse. Hace tiempo que decidí que quiero acostarme cada noche dispuesta a morirme, así que intento enamorarme cada mañana: de la vida, del mismísmo amor, de mi gente, de mi ciudad, de mi trabajo. Ahora, hay días que me despierto con ella y eso, amigas, eso sí que es empezar bien el día. Lo sabe bien Paz, que me ve sonreír por el pasillo.

Esa sensación es una de las emociones que me mantienen viva, de las que más disfruto, de las que más aprendo, con las que más crezco y aquí estoy, sonriente y enérgica, buscando excusas y mirando el tiempo, imaginando planes, recordando escenas. Y con el amor, vienen los miedos. De esto sabemos mucho las feministas, que en esta tarea ardua de deconstrucción del amor romántico que nos traemos entre manos, tenemos que enfrentarnos a las contradicciones y a las hormonas en una batalla que, al menos en el caso de las mujeres heterosexuales, puede ser cuestión de vida o muerte. En mi caso, como bollera, me siento a salvo de esa violencia, pero son tantas las huellas y las heridas que dejan los amores, que resulta prácticamente imposible para mi, simplemente, hacerlo. Esto, es verdad, se une a mi principal problema: Toda yo quepo en mi cabeza. Pero, además, ahora mismo, y lo confieso, entre otras razones para ser honesta con Paz, siento el feminismo como un corsé, que me limita a la hora de vivir este amor. Me plantea preguntas que no sé responder. ¿Cómo se construyen nuevos amores sobre bases sólidas y feministas? ¿Cómo puedo garantizar que este amor va a tener tierra, que no voy a perderme, que voy a saber disfrutar de esta oportunidad de crecimiento que me está ofreciendo la vida? ¿Qué hago con las mariposas? ¿Por qué caben dentro de mi tantas?

Supongo que debería intentar no establecer rutinas, no esperar que todas las mañanas pase por la redacción, quizá no darnos los buenos días siempre o no confiar en que me coja el teléfono cada vez que quiera escuchar su voz con alguna excusa. ¿Por qué? Porque no quiero sufrir el día que alguna de esas cosas no sucedan o, al menos, no sucedan conmigo; porque no quiero sentir celos ni más miedos, porque quiero garantizar que lo que surja entre nosotras pueda ser tan cambiante y flexible como somos nosotras, como es la vida.

Para establecer una relación distinta, alejada de las lógicas patriarcales, tendríamos que buscar otras fórmulas desde ahora para vivir este amor, pero a mí me gusta así. Me encanta así. Claro, pienso luego, si no lo pensamos ahora, aunque sea entre beso y beso, ¿cuándo podríamos hacerlo? ¿Cómo puede hacerse después? ¿Espero a que me vuelva a apetecer relacionarme sexoafectivamente con otras personas para buscar la fórmula que me convenga entonces? ¿Eso no es hacer un poco de trampa? Entonces pienso que la idea de amor en el que yo quiero explorarme no puede limitarse sólo a relacionarme sexoafectivamente con otras personas y que, en el fondo, ya lo vivo al estar tan bien querida y rodeada por toda mi gente; tiene que evitar que pierda por completo el norte por un ratito con ella, pero entender también que, ahora, en este momento, es eso justo lo que me pide el cuerpo; que es justo y lícito que quiera vivirlo sin ningún límite, aunque me los ponga continuamente porque estoy asustada; tiene que permitir que me deje llevar y evitar que me sienta culpable por haber perdido el interés por otras historias que me rondaban. Me quedo en las teorías sobre poliamor y en las críticas al amor romántico porque son las ideas que me ayudan a entender lo complejo que es amar, porque me dan herramientas y horizontes, pero necesito que sean flexibles.

¿Por qué este texto de idas y vueltas? ¿De sí, pero no? ¿Por qué tantas dudas? Pues porque estoy asustada. Asustada porque, hasta ahora, pensaba que iba a ser capaz de empezar a poner en práctica el poliamor, pero ahora ya no estoy segura; asustada porque pensaba que no me iba a dar miedo querer y ahora me salen todas las inseguridades; asustada porque tengo tal revuelo emocional que no puedo pensar con claridad; asustada porque no quiero que el feminismo limite mi vida; asustada porque veo cómo lo mando todo a la mierda cada vez que tengo oportunidad de verla, pero es que no sabéis que alegría más grande siento cuando la veo aparecer, cómo me gusta que me escriba o qué contenta me pongo si me dice “Gabon, bonita”. Bonita es ella y no la ventresca.

La BSO, de Maldito Ramírez

 

3 comentarios en “Bonita es ella y no la ventresca

  1. Andrea! Lo he compartido en todas mis redes. Qué bien explicado todo…cuánta razón…
    Yo, personalmente, que siento casi el texto como mío, destacado estas frases «siento el feminismo como un corsé, que me limita a la hora de vivir este amor. Me plantea preguntas que no sé responder. ¿Cómo se construyen nuevos amores sobre bases sólidas y feministas?»

    «Me quedo en las teorías sobre poliamor y en las críticas al amor romántico porque son las ideas que me ayudan a entender lo complejo que es amar, porque me dan herramientas y horizontes, pero necesito que sean flexibles».

    Eso…y todo lo demás.

    Como dice aquí (http://somatents.com/es/magazine-es/entrevista-con-brigitte-vasallo/) Brigitte Vasallo: «Somos las últimas víctimas: deconstruimos el amor romántico, sí, pero de paso desmontamos las estructuras amorosas y los vínculos de apoyo, que nos servían, precisamente, para hacer frente al capitalismo y a otras violencias. La pareja ha sido siempre un refugio, sobre todo para las vidas migradas, precarias o de deseos no heterosexuales. Estamos rompiendo todo eso, pero… ¿para construir qué? Mi ambición es que ampliemos los deseos, pero no desmontando las relaciones profundas y comprometidas porque sí».

    No perdamos la ternura. No perdamos el feminismo. Y tampoco perdamos el amar.

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